Soy gentil pero hipócrita. Sé lo que tengo que hacer, pero soy perezoso. Tengo automóvil pero no a donde ir. Me siento bien cuando madrugo pero nunca lo hago. No desayuno ni ceno pero engordo. Soy zurdo, pero pateo con la derecha. Me burlo de la vanidad de la gente pero acabo de subir unas fotos a las red. Critico a la iglesia pero me persigno. Quiero la felicidad de los que me rodean pero soy envidioso. Soy egocéntrico pero me molestan los halagos. Soy flemático pero no para ver fútbol o discutir con mi mamá. Soy desordenado pero odio la suciedad. Odio la suciedad pero no cuando es Domingo...

lunes, 14 de mayo de 2012

Ofendidos


Jairo tiene 28 años y trabaja como mesero en un restaurante del Norte de Bogotá. Todos los días, se desplaza desde su casa en San Cristóbal, en el sur de la capital, hacia su trabajo sin saber cuánto obtendrá al final del día. Como la mayoría de sus colegas, sus ingresos básicos (lo que le pagan en el restaurante diariamente) no son suficientes para sostener a su familia, conformada por dos bebés y su esposa, y por lo tanto deberá rebuscarse ingresos extras, provenientes de las propinas de sus clientes. En otras palabras, hace todo lo posible por atenderlos bien pero no siempre obtiene buenos reconocimientos. No obstante, consigue casi mágicamente y salvo raras ocasiones, cumplir con todas sus obligaciones, dentro de las que está el asistir sagradamente a los partidos que su equipo del alma juega de local. Jairo es hincha de Millonarios, no se pierde un partido de local desde hace más de 10 años y tiene tatuado un enorme escudo en la espalda. Incluso, hasta antes de conseguir su trabajo, se desplazaba a otras ciudades, sin importar la distancia o situación deportiva para alentar al azul.

Catalina tiene 22 años. Es estudiante de una prestigiosa universidad bogotana y está a punto de finalizar su carrera, con altas calificaciones. No tiene novio, pues a pesar de ser atractiva y nada tímida, tiene otras prioridades. Su vida cambió hace 9 años, cuando su padre falleció tras padecer una penosa enfermedad, dejando una familia compuesta por ella, su madre y su hermano Esteban, 4 años menor que ella. Manuel, como se llamaba su padre, era fanático de Millonarios y los llevaba al Campín con mucha frecuencia, desde muy temprana edad, aunque ella no disfrutaba mucho del espectáculo, pues no lo entendía. Pero tras la muerte de su padre, su vínculo con el equipo azul de Bogotá se estrechó casi que instantáneamente. Estar pendiente de su equipo es para ella una forma de recordar a su padre y sentir la satisfacción de reemplazarlo al menos en el “deber” de acompañar a su hermano al estadio. Con el tiempo fue entendiendo el juego poco a poco hasta disfrutarlo por completo e incluso hablar con propiedad de jugadores, alineaciones y rivales.

Felipe tiene 10 años. No sabe si su color favorito es el azul por causa de Millonarios o se hizo hincha del equipo porque es azul. Su padre y abuelo son hinchas del embajador. Recuerda la primera vez que su padre lo llevó al Nemesio. Fue una experiencia increíble: la nitidez, el brillo de las luces, los jugadores, las barras… todo tan diferente a como lo veía por televisión. Después de esa ocasión, su padre lo ha llevado un par de veces más, y lo ha disfrutado mucho, aunque él desearía asistir a todos los partidos. Le han inculcado el orgullo de ser hincha del equipo, a pesar de que él, a su corta edad, no lo ha visto campeón. Se emociona con las anécdotas de su abuelo, quien cuenta orgulloso que vio a Pedernera, Di Stéfano, “Maravilla” Gamboa, Carrizo, Willington, Funes e Iguarán. Sin embargo, con cierta frecuencia, tiene que aguantar las constantes burlas y críticas de sus compañeros de colegio, cada vez que el equipo pierde.

Jairo, Catalina y Felipe no van al estadio por la calidad de la comida, el parqueadero o las sillas. No se interesan en el equipo porque tiene un bus bonito, una linda tienda o porque es “sostenible”. No les interesan los estados financieros ni las emisiones accionarias. No es relevante si Jairo, Catalina o Felipe putean desde el minuto 5 o desde el 40 o “hacen el aguante” todo el partido. Nadie tiene derecho a controvertir su calidad de hinchas.

Por eso ofenden profundamente los manejos de la institución. Ofenden las declaraciones de jugadores como Omar Vásquez, la desidia de Luis Mosquera y la torpeza del bien remunerado Leonardo Castro, quienes son profesionales (o deberían serlo), entre otras cosas, porque gracias a personas como Jairo, Catalina y Felipe, les pagan un sueldo.


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